Estructuras de solidaridad frente a estructuras de pecado

Posted By Ramón Rodriguez on Abr 6, 2017 | 0 comments


En la enseñanza de la Iglesia encontramos dos categorías que van de la mano y que en determinado momento se pueden tomar como sinónimos pecado social y estructuras de pecado. Al hablar de estas categorías nos avocamos a la compleja realidad social en la que se desarrolla la vocación de cada persona. De aquí se desprende la importancia del tema y la diligencia con la que debemos de responder a los males que aquejan las relacione sociales atendiendo a su causa.

En dos documentos de san Juan Pablo II podemos encontrar una guía para acercarse a la definición de los dos términos a los que he hecho referencia, la que nos interesa es la definición equivalente. En la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (RP) hallamos tres acepciones del término pecado social: la primera hace referencia a que cada pecado que cometemos influye en los demás; la segunda, aquellos pecados cometidos directamente contra el prójimo; la tercera, a las relaciones entre comunidades (Cf. 16). Después de realizar esta distinción la encíclica menciona que el pecado social es consecuencia de “la acumulación y la concentración de muchos pecados personales” (RP, 16).  Para este artículo nos centraremos en la segunda acepción que refiere a “algunos pecados [que] constituyen, por su mismo objeto, una agresión directa contra el prójimo” (RP, 16), teniendo presente que la causa de este tipo de pecado es un acto humano concreto, valga la redundancia, realizado por una persona.

En la encíclica Sollicitudo rei sociales (SRS   ) encontramos una definición de estructuras de pecado: “la suma de factores negativos, que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, parece crear, en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar” (36).

Al referirnos a las estructuras de pecado lo que primero viene a nuestra mente son las decisiones que toman los dirigentes en el ámbito político, económico, cultural, etc. Es una realidad que el tipo de decisiones que se toman en estos ámbitos, cuando buscan el bien de las personas, contribuyen al desarrollo integral de las mismas. De aquí las palabras que SS Francisco recoge de la enseñanza de sus predecesores, dirigidas a la clase dirigente en Brasil, “la política es una de las formas más elevadas de la caridad”, entendiendo por política todos los ámbitos sociales (Christifideles laici, 42).

Cuando, por el contrario, las decisiones de los dirigentes que recorren el camino de la corrupción atienden a “el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad” (SRS, 37) desestiman como consecuencia el bien de toda la sociedad y de cada una de las personas lo cual impide el desarrollo integral de las mismas. En este sentido (el mal ejercicio de) la política, en su sentido amplio, se convierte en una de las formas más bajas de la caridad.

Así como las malas decisiones tomadas por los dirigentes en el ámbito político, también las malas decisiones tomadas por los cuerpos intermedios y por las personas en su actuar diario suman a las estructuras de pecado. Para vencer dichas estructuras la doctrina social de la Iglesia propone las estructuras de solidaridad (Compendio DSI, 193) y por supuesto la solicitud de la gracia divina (SRS, 38). La gracia y la solidaridad nos ayudaran a velar por el bien común; es decir, por el bien de todos y de cada persona a la vez, y esto se realiza en el actuar diario y concreto, como lo manifestó el Papa Francisco el 20 de enero del presente año en una entrevista concedida a El País: “el cristianismo es concreto o no es cristianismo…A mí me decía el otro día un pensador que este mundo está tan desordenado que le falta un punto fijo. Y es precisamente lo concreto lo que te da los puntos fijos. Qué hiciste, qué decidiste, cómo te mueves”.